Confesiones

Interacciones en los bares...


Comunicación intercultural:
Observamos un claro ejemplo de comunicación intercultural en el bar Maury. Dentro de este, en la mesa más grande, se encontraba un grupo de personas un poco “subiditas de tono” producto del alcohol. Estas, sobre todo los hombres, empezaron a bailar y cantar la típica canción de cumpleaños a las personas de una mesa aledaña. Una pareja de norteamericanos sentados en la barra los miraba con cara de asustados, esta es una de las pocas expresiones faciales reconocibles. Esta pareja no comunicaba verbalmente sus emociones, sino que lo hacían de forma no verbal. Mostraban una serie de gestos emotivos que expresaban su miedo y desaprobación a las personas que se encontraban festejando.
En ese momento, las personas que gritaban y cantaban tenían cierto grado de dominio sobre todas las demás personas del bar. Ya que un volumen de voz alto refleja autoridad, imposición y dominio. Además todos los consumidores y los trabajadores del lugar tenían los ojos puestos sobre este grupo de gente, llamaban  la atención de cualquiera.
Otro hecho que nos pareció sumamente interesante fue la diferencia proxémica entre los norteamericanos y los latinos. Mientras que la pareja de norteamericanos que se encontraba en la barra hablaban con cierta distancia y a lo más se tomaban de la mano. Otra pareja, conformada por un argentino y una peruana, estaba bien “cariñosona”. Estos estaban abrazados y se besaban sin importar el lugar en el que se encontraban, era como si ellos fueran las únicas personas en el bar. Según el antropólogo Edward Hall: 
“Las diferentes culturas mantienen diferentes estándares de espacio interpersonal. En las culturas latinas, por ejemplo, esas distancias relativas son más pequeñas, y la gente tiende a estar más cómoda cerca de los demás. En las culturas nórdicas es lo contrario”. (Edward Hall)

Fuente: Rocío Lopez



Atención a la mesa:


Bar Cordano
Ingresamos al bar por primera vez y nos sentamos en una mesa. No sabíamos qué esperar, todo era nuevo y nadie se acercaba a atendernos.
Vimos un par de mozos, pero nuestra mesa estaba siendo ignorada. Luego de unos minutos de llamar a alguien, se acercó un mozo. Era mayor y mientras nos entregaba la carta, evitó mirarnos a la cara, volteaba constantemente a mirar a las otras mesas, se le notaba incómodo y nervioso. Le hicimos una pregunta y la respondió rápidamente y en un tono un tanto desafiante.
Sus movimientos constantes de cuerpo y su movimiento de cabeza para evadir nuestra mirada nos generó desconfianza, miedo y hasta nos hizo sentir una especie de culpabilidad que no entendíamos.
Notamos que en este lugar, los mozos tenían mayor poder que ciertos comensales y este mozo definitivamente no estaba ‘feliz de atendernos’.

Durante la noche, miramos a otros mozos, ya que quien nos atendió no era el único, vimos a una chica, joven, la cual atendía con cierto relajo y confianza a sus clientes, pero a la vez notamos que por su manera de caminar y sus expresiones, no se le veía feliz de trabajar ahí.
Ese aire de descontento, se manifestaba en todos los mozos que vimos esa noche. Quisimos llamar una vez más a quien nos atendió, pero nos ignoraba, evadía nuestra llamada, nos daba la espalda, hasta que no tuvo remedio más que acercarse a la mesa.
Los movimientos, la desconfianza, los nervios, y sus expresiones de ‘incomodidad’ no pararon durante toda la noche.

Salimos del local sorprendidas, ya que teníamos la (aparente errónea) idea de que los mozos tenían que velar por la comodidad del cliente, ya que, como se dice: ‘El cliente siempre tiene la razón’. Pero en el Cordano notamos que es el mozo quien decide si el cliente tiene o no, siempre la razón.



Bar Maury
Como mencionamos anteriormente, debido a la idea previa que teníamos del Cordano, no sabíamos si sería posible ingresar al bar Maury sin ser huéspedes en el hotel. Es por esto que decidimos preguntarle al mozo, el cual automáticamente nos dio la bienvenida al local, estirando el brazo con la palma de la mano abierta. Si lo analizamos, es un movimiento típico que en la comunicación no verbal demuestra bienvenida, apertura y amabilidad.

Vimos el lugar, nos pareció lindísimo y decidimos que regresaríamos. Al cabo de una hora, entramos, nos sentamos y a los minutos un mozo ya nos estaba atendiendo. Nos hablaba con una voz pausada, en un tono bajo, subordinado, era el cliente quien tenía el poder en esa conversación. Al trabajar en un hotel, el mozo debió haber recibido capacitación para darle cierto trato al cliente, así este podía sentirse importante. Ya que lo principal en un hotel, viene a ser el servicio que se brinda para que el cliente se sienta siempre cómodo.

Tanto las señales dadas verbales y no verbales, como la energía que nos transmitía, eran de total tranquilidad y confianza. Esto también se veía reflejado en la postura ligeramente inclinada hacia nosotras en símbolo de atención, la ausencia de movimientos innecesarios o nerviosos del cuerpo, el tono de voz y especialmente en la sonrisa que nos brindó al atendernos desde un principio. Como proclama Huber

“Una simple sonrisa, directa a la persona que se acaba de conocer, generará una idea afable y positiva del locutor”. (Huber)

A pesar del gran bullicio creado por los demás clientes, el mozo seguía desarrollando su labor con normalidad, inalterable. Podemos imaginar que en su proceso de extracepción tal vez haya sentido incomodidad o nerviosismo ante la situación, pero estas emociones no fueron extratransmitidas, estaba capacitado o acostumbrado a aguantar a todo tipo de clientes.

Cuando le preguntamos acerca del bar, él nos dio un discurso bastante elaborado sobre la historia de éste, hablaba de manera pausada, pero segura, además acompañó al lenguaje verbal con gestos que convertían su discurso en un acto dinámico.



“... que reemplace a las iglesias, a los consultorios de los médicos psiquiatras para que la gente vaya a confesarse”.